TRANSLATOR

MAR GRUESA (relato)

LA MAR DE CONRAD 
El mar te enseña humildad, resignación, te enseña a perder. Los buenos marinos no presumen nunca. (Perez-Reverte) 


 Estamos de maniobra, salimos a la mar, con práctico a bordo, todo el mundo en sus puestos, buen tiempo, cúmulos, mar rizada, como a mí me gusta, la prefiero a esa mar “como un plato”, eso no es mar, es un lago infinito, sin vida, como el agua en un vaso, sin personalidad, sin sello de identidad. Nos vamos desplazando lentamente desde el pantalán de atraque, a la espera del adiós del práctico, una vez en franquía de la roja y la verde, del: buen viaje, capitán, señores...Una vez más, una singladura más, una vez más acudimos al reto, al milagro de flotar sobre traicioneros abismos bajo la quilla, a luchar por la supervivencia. Allá vamos. Destino: el Misisipi (“padre de las aguas”), tal vez descarte la ortodrómica, las Pilot Charts están actualizadas. Haremos navegación meteorológica. Daremos un rodeo huyendo del temporal, si se confirma la información que nos ha dado el armador. Marcho a navegar. ¿Y tus ojos? ¿Y tu voz?
  

El práctico desembarca, avante toda, listos de máquinas, el contramaestre ha trincado todo a son de mar, la gente que está de guardia permanece en sus puestos, el resto a descansar o a retar una vez más al ocio, o al silencio del camarote, a intentar que el cordón umbilical con los suyos se active con una especie de ingenua telepatía que acaba provocando más sensación de soledad. Calma chicha, no me gustan estos signos, las depresiones se dirigen siempre hacia el viento flojo, es como si se entablase el flirteo del gran fiestorro. ¿Mataremos al Sol? Nos hacemos a la mar, buenas condiciones, este valiente buque se siente alegre y disfruta con sus leves cabeceos, aún distante de las arfadas de la mar tendida, pero eso no significa que relajemos nuestra vigilia, estamos advertidos y aunque esta sea una derrota meteorológica ello no implica que nos vamos a librar de las garras del leviatán. Viento fresquito. ¿Dónde está el espacio? ¿Y las tinieblas? 



 Tenemos cirrus y cirrustratus, esas nubes altas que avisan, si son abundantes, de la proximidad de una depresión. El viento es cada vez más intenso, pero me importa más su persistencia. Vamos en lastre, con gases de derivados del petróleo, de aromáticos, los de cadena cerrada, puro veneno para la salud, para el pensamiento, que cuando la mar lo permita los exhaustaremos para dejar después los tanques limpios como patenas;. Cruzaremos el “Charco” sabiendo que en ésta travesía no hay abrigos donde guarecernos del temporal, donde entrar de arribada, Nos encontraremos en permanente huida de la galerna, huérfanos, impotentes, porque quien nos espera no destila piedad. Estas son las instrucciones de la oficina armadora: no se puede perder el flete. ¿Hay silencios en la mar?. En cada ola hay un silencio.


  A medida que nos adentramos en el Atlántico, el océano con temperamento falto de escrúpulos de Conrad, vamos notando la transformación del monstruo, no tiene prisa, nos deja hacer, nos tiene a su merced. El oficial Radiotegrafista me trae el último parte meteorológico al puente, las vamos a pasar moradas, hay una segunda gran depresión cuya trayectoria cruzará nuestra derrota, una depresión secundaria tal vez, no lo quiera Dios, son las más traicioneras, entre otras cosas por su trayectoria irregular, tenemos que seguir, nos convertiremos en un corpúsculo, una insignificancia, vapuleados por el gran dios que comienza su orgía, suavemente, con el regusto de la gran bacanal que perfila, pretenderá engañarnos como si tuviera piedad, pero de vez en cuando brama para que nos hagamos a la idea, imagino su gesto. Y tu aroma ¿dónde está?


  Puntualmente el barógrafo indica su descenso a medida que vamos entrando en el gran mar y de forma intermitente hace su aparición el viento súbito, le seguirán los chubascos que nos van avisando de lo que nos vamos a encontrar si seguimos con la derrota trazada. Cada vez encapillamos más mar, que las groeras y la escora se encargan de devolver a su dueño. Viento frescachón. ¿Acaso no es prisión? Sin tu voz, sin tu fragancia Navegamos. Sin sol, nunca nace el sol. Cada cual en su fuero interno sabe que vamos a pagar un alto tributo, que el Atlántico, cuando se enfurece, se deleita ofreciendo a su dios los presentes más suculentos para saciar su intemperancia y nosotros formaremos parte del lote; todos somos conscientes, todos guardamos silencio porque de nada sirven las crisis histéricas, porque serían como gritos en una catedral, los ecos nos ensordecerían. Mantenemos una falsa apariencia de tranquilidad y, a lo sumo, tan solo se oye alguna oblicua blasfemia con el mismo efecto de un soplo contra un elefante. Hemos pasado muchas como estas, pero nunca sabemos cuál puede ser la última. Aquí, en medio del lúgubre infinito, los trenes de percepciones pasan como balas, rozando, casi hiriéndote, no te planteas si saldrás o no, sigues, luchas los sesenta segundos, los sesenta minutos, las veinticuatro horas, porque no hay reposo y el milagro se produce cuando un día ves que el horizonte va dibujando su forma, cuando alguna estrella te saluda con sus guiños, tal vez la que ella está mirando en el mismo momento; cuando, con el peso de la fatiga, aún te atreves a sonreír porque él se ha hastiado de nuestra resistencia. No habremos ganado, simplemente, eso, se aburrió de nosotros. “¡Oh grande, rebelde y feroz mar! Mar vengado, mar como hule incoloro. ¡Anda! ¡Salta! “ *


  A través de los cristales del puente puedo observar como las olas irrumpen sobre la cubierta del barco dispuestas a barrerla, a dejarla limpia de todo lo que se interponga en su avance; consciente de la situación en la que nos encontramos, en una reacción tal vez insensata, los sentidos no me dan oportunidad para percibir miedo alguno, éste, supongo que latente, se queda aparcado en el inconsciente, como si estuviera inmerso en un proceso hipnótico; al contrario, me considero un ser privilegiado por tener la ocasión de participar en semejante espectáculo, grandioso y aterrador, que la naturaleza me brinda como invitado de honor. Somos como pelotas locas de golf bailando al compás de la partitura que, inspirada con una refinada crueldad, dirige éste monstruo que nos tiene a su merced, monstruo que ha diezmado mil flotas, monstruo de La Invencible, monstruo que engulló al viejo “Castillo de Montjuich” sin dejar rastro de sus tripulantes, 37 hombres, estrangulados en sus saladas aguas, a los que, tal vez, no les dio tiempo a sentir pánico. Maldito monstruo que despierta vomitando las hieles de su furia. A veces me sorprende esta locura insensata, cercana a la sublimación, que me impide pensar, porque sentirme privilegiado dentro de semejante infierno me debe descalificar de la ortodoxia, de la cordura. Pienso en los hombres que tripulaban: polacras, jabeques, galeones, carabelas, carracas...navegando en eterna vigilia, despreciando la vida y la muerte, la luz y la naturaleza y deduzco que no tengo derecho a sentirme indefenso, mi barco es de acero, casi insumergible y la ballestilla, el astrolabio, el cuadrante... han sido profanados, dados al olvido por mor de la tecnología (bendita sea) .Tengo dudas de que la razón áurea haya salido de las entrañas de la naturaleza, aunque, contradiciéndome, es posible que este espectáculo sea pluscuamperfecto, no tiene parangón. Los sentidos son anárquicos, son fruto de mil reacciones químicas, ecuaciones de mil incógnitas que se resuelven con una simple sensación, la mía: una locura. Versos hueros como un grito en la inmensidad.
  La cúpula de este descomunal anfiteatro es gris, plomiza, sin la caricia de un contraste suave, es de sensaciones oscuras como la atmósfera que nos envuelve. Y no puede ser cierto que ahí, debajo de nuestra quilla, palpite la vida, no puede haberla porque el monstruo ha desatado su furia y ha provocado la gran espantada; tan solo este buque, que ha osado invadir sus dominios, es el instrumento de su desahogo. El barco, castigado, flagelado por el látigo de piedra de las aguas inclementes, levanta la proa al cielo como en un gesto agónico, en demanda de clemencia, o tal vez buscando una bocanada de aire para no acabar ahogado, después se retuerce como dolorido, exhausto. Pero el monstruo lo engulle de nuevo, pretende humillarlo hundiendo su roda, pantocazos delatores, envolviéndolo en un abrazo de pitón, aunque, tal vez por dignidad, las cuadernas no gimen, no se abandonan a la vergonzosa decepción de la derrota. El viento del noroeste, acompañado de batallones de tritones amenazantes tiene fuerza 8 (temporal) como si saliera de la boca de un Cíclope silbador, forma parte de ésta loca sinfonía aportando sus notas desgarradoras, creando un espectáculo único y fastuoso, que solo se puede asimilar y digerir si estás en el puente de mando de un buque a mil millas de distancia de cualquier costa y sin posibilidad alguna de que, ante el desastre, nadie te pueda auxiliar, porque esa mar de horizontes límpidos, de rayos verdes, de espacios plateados, donde la luna riela, se ha transformado en campo de volutas asesinas, gigantescas, que amenazan con envolvernos para sumergirnos en sus abismos infinitos. Atlántico rebelde que hinches nuestros oídos sordos de sonidos, acaso voluptuosos, acaso gemidos. Abrazo, pasión. Sufrimiento helado. Súbitamente los muros del océano tiemblan y el cielo se estremece por los mil orgasmos que provoca la liviandad de esta mar insatisfecha; el salvaje rugido de la tempestad, como sirenas de Ulises, nos invoca para que nos adentremos y satisfagamos su insaciable concupiscencia. Se cae el cielo y en los horizontes imprecisos, él, muestra sus fauces relucientes como la pluma del grajo, a la espera, siempre libidinoso, siempre voraz, insatisfecho. Su bramido se filtra a través de cada uno de los resquicios que encuentra a su paso, como tratando de imponer una nota adecuada para la composición final. Suena al compás que dicta una partitura desafinada de silencios y estridencias, anárquicos, pero con el poder suficiente como para que nadie ofrezca la lógica censura, porque todo forma parte de la gran representación natural. Los rociones que se estrellan contra los cristales del puente parecen miasmas, zupias, del estornudo del gigantesco Polifemo que, impunemente, pretende humillarnos. Viento y mar epiléptica que engendran tifones como las aguas de la China, del Japón... Mar fecundada por viento lascivo e insaciable, que pare olas como montañas en un parto múltiple, interminable. De este fetch inmenso surgen precoces olas que se elevan hacia el cielo para desplomarse con toda su furia sobre el acero de la cubierta de nuestro castigado barco. Toneladas líquidas, hirientes, que aplastan la esperanza. ¿Cómo poder pintar con el verbo este paisaje saturado de furia , inclemente, este escenario caóticamente perfecto?. Tan solo me brotan palabras imprecisas, preñadas de efectos emocionales porque la metamorfosis jamás se resuelve. Góngora acude a mi mente con su Fábula de Polifemo y Galatea y recuerdo :”…el mar se altera, rompe Tritón su caracol torcido, sordo huye el bajel a vela y remo; tal la música es de Polifemo” Engendro al que no somos capaces de embriagar. Mar arbolada. Caricia perdida. Verbo amputado. 


   La sensación que tengo es que somos unos seres absolutamente vulnerables que tratan de sobrevivir a éste encuentro con una fuerza desproporcionada, con la esperanza de ser ignorados lo antes posible para poder seguir nuestro rumbo, que el cuerpo descanse, que nos sea posible otear sobre horizontes abiertos y tangentear estrellas que nos concedan triángulos de posición, porque el satélite*** puede fallar en algún momento y entonces sí, si seríamos espectros deambulando por un fluido áspero como una piedra pómez. Nuestro barco tiene su alma, nosotros, un espíritu que late, que se agita en la incertidumbre, que se mantiene unido como el color a la luz, como el calor al fuego. Sextante, amigo sextante. Esperanza ¿estás ahí? Acércate, no temas. 



  Todo puede ocurrir, ya hicimos lo que debíamos, seguimos a la capa, recibiendo por la amura de estribor, como podemos, y solo nos queda esperar a que el milagro se materialice, no somos nada en esta inmensidad oscura impregnada de malos presagios. No sé quien dijo que en mar calmado todos somos capitanes, hay que saber ser capitán para esta batalla. No podemos apostar por nuestra resistencia, los que aquí estamos giramos y giramos alrededor del mismo eje, con una fuerza centrípeta que nos inmoviliza, que nos impide tomar determinaciones racionales; si algo ocurre, lo inmediato será aferrarse como sea a un hálito de esperanza, el único cordón umbilical con la vida. No hay espitas para el desahogo, sí pábulo para rumiar la impotencia, para regurgitarla. ¿Soledad? Eres tú.


  La radio emite partes meteorológicos adversos y no percibimos la presencia de ningún otro buque por las proximidades, la pantalla del radar no detecta sus ecos, tan solo las manchas enormes, indefinidas, de la borrasca, de momento no hay tormentas, sus ecos son más precisos, densos, brillantes, mejor definidos; estamos solos, tal vez en el fin del mundo, somos cinco luces atrapadas en un temporal y a eso se reduce nuestra presencia en esta noche fatua donde el monstruo  ha dispuesto organizar alguna de sus mefistofélicas bacanales. Los pensamientos saltan casi al mismo ritmo que este endiablado barco, sin darles tiempo a estabilizarse, como le ocurre a nuestro rumbo, loco y orientado a ninguna parte, a ningún puerto, porque su existencia ahora mismo es pura entelequia. Esta mar, promiscua, ardiente, como un como un tizón inextinguible, imposible de modular, es la amante loca que destila sensaciones de insuperable clímax o la que te regala, con arrogancia, muestras de su dominio, después de su apareamiento con el Céfiro, enviado por Eolo, como a Ulises, con el que puede golpearte a su antojo; ahora juega con nosotros como un felino con su presa. El barco cabecea con ensordecedores pantocazos manteniendo, a pesar del enorme esfuerzo de sus máquinas, la posición eternamente estática y yo me sorprendo de mi respuesta ante la visión de ésta representación en la que a la vez soy espectador y figurante. ¿Sonrisa? Sí, la tuya.
  Las olas, montañas mutantes, se engalanan con cenefas de espuma blanca en sus crestas que a su vez se desintegran proporcionándolas un falso hálito que vertiginosamente se difumina atosigado por la impaciencia del Eolo antojadizo, avieso e insatisfecho, que, con jactancia insaciable ,repite y repite el espectáculo sin ver ahíta su vanidad, su voracidad. Olas que han acariciado, mar que ha besado la quilla de navíos perdidos en la memoria histórica, espacios abiertos con un horizonte indeciso, voluble, sinusoide en su comportamiento. Olas al fin y al cabo que el hombre pretende, ingenuamente, ignorar para detentar sus logros, olvidando que no somos más que intrusos atrevidos que, ignorantes de nuestra debilidad, extendemos nuestra soberbia hasta límites insospechados, transformándonos en simples muñecos de un guiñol endiablado. Ahora son Everests líquidos, pero mutantes. Escalaré para no precipitarme al vacío. No hay metáforas. Estamos a expensas de gigantes inalcanzables. En el cielo, las nubes, como los pardos nubarrones del “A buen juez, mejor testigo” de Zorrilla, complementan el tenebroso cuadro con sus lúgubres tonos grises, eclipsando la luz de una luna desquiciada y creando una oscuridad que incita a la melancolía, aunque el acontecimiento genera una desconcertante embriaguez que a su vez me anula cualquier insinuación de temor, porque los sentidos, incomprensiblemente, se inclinan más por la contemplación de éste caos perfecto que por la asunción de la propia supervivencia,  más bien instintiva. La naturaleza, ostentando todo su poder, se manifiesta abiertamente, sin límites, enseñando nítidamente toda su desnudez, explosiones de espuma sin luz .En cualquier momento nuestro barco, herido, puede agotar sus fuerzas y, tras sucumbir al asedio, nos sumergirá en el silencio total. El parte meteorológico no es favorable, la depresión está encima y se desplaza lentamente fuera de nuestro rumbo, que a duras penas se estabiliza porque los garfios de la tormenta nos mantienen aprisionados. El viento a tres cuartas. Nos mantenemos gobernando a mano porque el timón automático en estos casos no es eficaz. El timonel intenta conservar el equilibrio aferrado a la rueda con la mirada fija en la aguja giroscópica para mantener un rumbo lo más próximo al ordenado. La verticalidad es una ironía cruel. Cada miembro de la tripulación permanece, con excepción de los de guardia, en sus camarotes, único lugar en donde conservar una posición con la que el cuerpo pueda, a duras penas, descansar y con la mente centrada en trenes de anacrónicos pensamientos que todos descarrilan para, luego, volver a formar automáticamente convoyes y convoyes que se sustituyen y no encuentran  destino donde cobijarse. El concepto de equilibrio se rompe porque en éste infierno es como si se produjeran mil terremotos sin solución de continuidad y el barco se comporta como una peonza a merced del dios caprichoso y sanguinario que no se cansa jamás. Me pregunto cuál es el milagro que nos mantiene a flote ante el gigantesco poder que la naturaleza genera cuando un día se despierta y coordina estos juegos con los que nos sorprende usándonos como muñecos a su antojo. No puedo dar tregua a pensamientos deprimentes para no ensañarme con la idea masoquista de la soledad, por otro lado opción de fácil acceso; mi percepción de la supervivencia hace que me blinde y de ésta forma me protejo porque de lo contrario el miedo me anularía y me convertiría en un abúlico pelele dispuesto a asumir la derrota final. De nada sirven sistemas sofisticados de navegación, como los que disponemos, éste es un pequeño barco de poco más de 4000 toneladas de peso muerto, danzamos como monigotes dominados por éste energúmeno, que con un simple gesto puede hacernos sumir en el más oscuro de los abismos. La opción es no forzar la situación, aguantarnos con máquina moderada, recibiendo por la amura, aportar lo que la ciencia y la experiencia te han enseñado y esperar escarbando en otros pensamientos, tal vez resumen de una vida dejada atrás, quizá tormenta aún más angustiosa. ¿Tinieblas? No, tú eres mi luna. 


  Oigo como algunos objetos se golpean entre si y contra los mamparos, sé que nadie puede dormir porque la gente tal vez piensa que el barco puede quedar herido, porque es imposible conciliar el sueño cuando los sentidos se concentran en vencer la batalla del pánico, voces que maldicen este temporal, baldeo de blasfemias, pero nunca muestras de miedo, eso queda anclado en las dársenas internas, de nada serviría y hay que mantener el tipo. Observo el barógrafo y la gráfica, una bajada suave y profunda, me indica que la tormenta va a ser duradera y con síntomas de castigarnos con dureza. He navegado en buques que, por sus características, se comportaban como auténticas boyas que subían y bajaban con la borrasca, burlándose de mares agresivas, sin embargo ninguno es capaz de retar al océano que ahora nos azota y que descarga toda su furia porque somos intrusos que han osado adentrarse en sus dominios, solo nos queda la opción de someternos y esperar participando como un instrumento más de éste juego violento, en el que necesariamente estamos inmersos. Sufrimiento por tu ausencia, solo por tu ausencia.

 
   Somos veinte marinos perdidos, despojos, en un océano oscuro de fauces hambrientas, a expensas de una Escila monstruosa, amenazante, veinte vidas, veinte historias conectadas únicamente por un cordón umbilical de acero y un supremo deseo de supervivencia, con la esperanza de que éste sea un temporal más ,como los ya pasados en otras ocasiones. Las escoras que el barco coge hacen que embarque agua sobre cubierta y ésta se pasee de banda a banda convirtiéndonos en casi un submarino, es algo normal, quiero pensar que no hay peligro, es un barco valiente, navegamos con lentitud desesperante y aguantamos con cierto estoicismo, tal vez costras de otras batallas. Las situaciones de posición que el satélite nos proporciona nos confirman que apenas avanzamos. El barco está casi hermético y se aguanta bien pero eso no significa que estemos libres de un posible accidente y que nuestros gritos acaben engullidos por el rugido de esta muralla, mar que nos reta y nos impide avanzar. Permanecemos vigilantes, conscientes de la posibilidad de que en cualquier momento nos podemos encontrar con olas, esas montañas líquidas, que se precipiten sobre cubierta para advertirme que si no somos suficientemente fuertes acabaremos engullidos por la garganta de éste inmenso y voraz océano  saturado de infinitos. Suerte, suerte, necesitamos suerte para salir airosos de éste infierno. No pienso en otra cosa que no sea en lo que ahora mismo ante mi tengo: mi buque y un temporal que pretende aniquilarnos, no me siento anquilosado anímicamente, no me siento víctima de nada, yo elegí éste camino y asumo sus consecuencias, aunque esta soledad impone, aunque en algún momento se te haga un nudo en la garganta porque la supervivencia en la mar, en ésta mar, es prácticamente nula después del accidente. Pura matemática, lo contrario sería pensar en la cuadratura del círculo. Son pensamientos fugaces. Este horizonte no despierta sensaciones que te induzcan a la meditación, ahora mismo somos corpúsculos humanos que tratan de mantenerse a flote y esperamos una vez más el milagro para no formar parte de la interminable lista de desaparecidos después de un temporal, como Antonio, Alfredo, Juan, Marcos ... y tantos compañeros que compartieron aulas o barco antaño. Mañana faltaré, pero me tendrás a tu lado. 

  El Radiotelegrafista comunica que está recibiendo un “MAYDAY” de un buque que, por su situación, está a más de 400 millas al oeste de nosotros, tienen una gran escora, por corrimiento de la carga y temen zozobrar. El “Wyzwanie” . Ellos están peor que nosotros, pienso en su soledad, allí nadie puede llegar salvo algún otro buque que esté en sus proximidades y les pueda auxiliar, son marinos polacos y filipinos que, en este instante, están bebiendo los segundos más dramáticos de sus vidas; mientras nosotros buscamos una sola señal que nos haga albergar alguna esperanza de que éste martirio se pueda acabar. Solo me dueles tú.


  El cuerpo me exige descanso, el que no he podido darle en estos tres días que llevamos con la borrasca, que ahora se está aburriendo de nuestra resistencia .El parte meteorológico ya es tranquilizador, el monstruo comienza a darnos la espalda, tal vez buscando otros más vulnerables, con menos blindaje, obsecuentes,y al albor de éste nuevo día volvemos a recordar que el horizonte es una línea recta, que hay sol y que nuestro semblante, con signos de franco agotamiento, manifiesta, una vez más, agradecimiento a no sabemos qué, por estar saliendo de semejante trance. El buque tiene daños, no estructurales, no son demasiado graves ; el pescante del bote de estribor está muy castigado y posiblemente en caso de abandono no hubiéramos podido contar con su auxilio, barandillado retorcido, como si fuese un hilo de alambre ... detalles insignificantes para lo que nos pudo haber ocurrido. Ahora queda el informe a los armadores, que desde sus despachos clamarán al cielo por nuestra tardanza, porque se ha podido perder el flete o porque tienen que pleitear con los seguros. No tenemos por costumbre narrar nuestras peripecias en la mar, no interesan, lo importante es el buque y la carga, si estos están a salvo, el resto es baladí, las secuelas de la aventura marítima quedan para los más cercanos, para los que, desde el no saber, sufren con la ausencia de noticias conociendo la existencia de temporales en la zona por donde hemos de navegar. El “Wyzwanie” superó la prueba. ¡Dios, que tranquilidad! Un segundo, solo un segundo por verte. 


   Y navegamos hasta más allá del ocaso, sedientos de horizontes, sedientos de encuentros, sedientos de un susurro que te haga sentir que eres humano, que palpitas, que deseas, que no estás muerto entre el instinto de supervivencia y el miedo que agarrotó tus músculos en aquella lucha desigual. Navegamos como si nada hubiera pasado, al final un: “ estamos bien” “ sí, tuvimos mal tiempo pero ya todo pasó ..." nada, tan solo un volver a nacer, que no es poco. 

Creí que era una aventura y en realidad era la vida. 


** 1999. • * F. Marinetti. • ** Conrard • *** Navegación satelital

No hay comentarios: